Decíamos en el anterior epígrafe (¿Qué es el estrés y para qué sirve?) que el estrés es un mecanismo biológico que se activa con el objetivo de superar retos o desafíos. En muchas ocasiones, sentir estrés nos empuja a actuar.
Este mecanismo moviliza una serie de hormonas que a su vez regulan diferentes sistemas y órganos. Las hormonas principales que se activan en situaciones de estrés son el cortisol y la adrenalina. Estas hormonas desencadenan una serie de alteraciones biológicas: liberación de azúcar a los músculos, respiración acelerada, aumento del bombeo sanguíneo, tensión en los músculos, etc. Al mismo tiempo, “desactivan” otra serie de funciones que no se consideran prioritarias como las del aparato digestivo o el reproductivo.
Además, el estrés afecta a la actividad de otras muchas hormonas como el glucagón, la prolactina, la testosterona, entre otras. Por su complejidad se salen del objeto de esta página web.
Si nos damos cuenta, la movilización de estos recursos en la naturaleza suele responder a amenazas de tipo puntual, escapar de un depredador o, si es depredador, lograr alcanzar a una presa, defender el territorio ante una amenaza, huir de algún peligro, etc. La idea, básicamente, es que el cuerpo se defienda, ataque o huya y cualquier función que no cumpla con este objetivo pasa a un segundo plano.
Sin embargo, el estrés que experimentamos los humanos tiene algunas particularidades con respecto al tipo de estrés que se da habitualmente en el reino animal: por un lado la amenaza puede ser continuada en el tiempo. Por otro amenaza puede ser de tipo psíquico y/o provocar reacciones psicológicas complejas.
El hecho de que la amenaza no sea puntual sino que se alargue en el tiempo tiene una consecuencia obvia: los recursos que moviliza el cuerpo –hormonas, por ejemplo- se agotan. El hecho de que la amenaza sea de tipo psíquico tiene una serie de consecuencias a nivel cognitivo y emocional. Veamos estos dos aspectos por separado para entender las implicaciones de cada uno de ellos.
NOTA IMPORTANTE: La lista que se propone no es ni exhaustiva ni tienen por qué darse todos los síntomas a la vez. Lo normal es que diferentes síntomas se produzcan con diferente intensidad en momentos distintos mientras se prolonga la situación de estrés. El posible que algunos de ellos nunca sucedan.
El mismo comentario es válido para las consecuencias psicológicas y emocionales del estrés.
¿Cómo nos afecta una situación de estrés continuado a nivel físico?
Molestias en el estómago y aparato digestivo. La movilización de recursos en otras partes del cuerpo, deja al estómago e intestino más “desprotegidos”, disminuye su oxigenación, su flujo sanguíneo y su producción de encimas. Debido a esto, el estrés puede producir dolores en el estómago, nauseas, ardores, estreñimiento y, si el estrés ha sido continuado durante largo tiempo, úlcera.
Musculatura tensa, agarrotada y con dolores. Son más frecuentes las contracturas en algunas zonas del cuerpo como cuello, hombros, espalda, etc.
Taquicardias debido al aumento de los latidos cardíacos y del bombeo sanguíneo. Relacionado con esto puede haber también un aumento de la presión sanguínea, arritmias, temblores y sudoración excesiva.
Se produce un debilitamiento del sistema inmunológico lo que hace más vulnerable a la persona a todo tipo de infecciones.
Sensación de cansancio y agotamiento físico.
Crea problemas a nivel dermatológico como alopecia, acné, dermatitis debido a un incremento de las grasas cutáneas por efecto del cortisol.
Por no hacer demasiado extensa la lista, decir que se pueden producir otros síntomas físicos como el dolor de cabeza, alteraciones en la menstruación, descenso de la líbido, trastornos alimenticios (obesidad o, al contrario, falta de apetito), sequedad de boca, entumecimiento, etc.
Muchos estudios han relacionado, además, al estrés con el aumento de conductas de riesgo como son fumar, beber y comer en exceso.
Ya son varios estudios los que también relacionan el estrés crónico al cáncer.
¿Cómo nos afecta el estrés continuado a nivel psicológico y emocional?
El estrés produce una serie de sensaciones, a veces difíciles de percibir o de describir. A veces son las personas a nuestro alrededor las que nos dan la señal de alarma. Hay que decir también que mientras la mayoría de las consecuencias físicas son inespecíficas y automáticas, muchas de las consecuencias psicológicas y emocionales están mediadas por el cerebro y la propia personalidad y, por tanto, pueden variar mucho de persona a persona.
Irritabilidad y “explosiones emocionales”. Tanto en el trabajo como en la vida personal.
Altibajos e inestabilidad emocional.
Incapacidad para concentrarse y tomar decisiones. Dificultad para fijar la atención en algo concreto y que requiera atención sostenida.
Trastornos del sueño. Es muy común sufrir insomnio en cualquiera de sus tres tipos: dificultad para conciliar el sueño, despertares durante la noche y/o despertarse pronto y no poder volver a dormir.
Rumiaciones, es decir, pensamientos repetitivos que “no se van de la cabeza” y preocupación excesiva.
Ansiedad y sensación de falta de control.
Olvidos, pérdidas de memoria e imprecisión al hablar.
Sensación de desgaste psíquico y emocional. Si la persona tuviera una sensación muy notoria de desgaste emocional o psicológico es posible que esté sufriendo Burnout Laboral (consultar en esta misma página web: Burnout).
Tristeza y depresión.
Cuanto mayor sea la duración de la situación de estrés y su intensidad tanto más se irán desarrollando estos síntomas. Es posible que si el estrés se cronifica, el trabajador comience a experimentar «Burnout».