De la famosa teoría de Darwin se deduce que animales y hombre somos en parte “maquinas” biológicas adaptativas. Como tales hemos desarrollado una serie de “dispositivos” que nos ayudan a adaptarnos al entorno y a garantizar nuestra propia supervivencia. Ejemplos concretos de esos dispositivos serían la regulación de la temperatura –sudor, vasocostrición, etc.-, la sensación de hambre y sed –nos alertan de que necesitamos alimento y bebida-, o el dolor –hace que nos concentremos en la cura de una herida-.
Este tipo de mecanismos autorreguladores sirven para procurar la “homeostasis”, es decir, el equilibro necesario entre el organismo y el medio. Todo organismo tiende a mantener la homeostasis y se sirve de esos mecanismos para corregir las posibles desviaciones con respecto a ese equilibrio. Por supuesto, la mayoría de estos procesos ocurren fuera de nuestra consciencia. Son automáticos y en ellos están involucrados nuestros sistemas nerviosos, endocrinos, linfáticos, etc.
Pero además, la evolución nos ha dado (a hombres y animales) algunos otros mecanismos para defendernos de aquellas situaciones que nos amenazan. El miedo es un buen ejemplo. Sentir miedo hace que evitemos ciertos peligros y que, llegado el caso, echemos a correr. En general, todas las emociones –sobre todo las “negativas”- tienen un componente útil o adaptativo.
El estrés es otro ejemplo.
Estrés es una palabra tan manida que ya no se sabe bien a qué se refiere. Esto tiene algo con ver con el hecho de que es una palabra “importada” e “injertada”. Estrés se utilizaba en física para hacer referencia a la presión que hace un cuerpo o un material sobre otro. Ese estrés podía producir en el material que soportaba la carga tres consecuencias: o bien el material soportaba la presión o bien se deformaba (dependiendo de su elasticidad y resistencia) o bien se quebraba. Esta metáfora le serviría a Hans Seyle para introducir el término en la medicina y la psicología.
Por tanto, en física, el estrés era algo delimitado y medible. En psicología existe mucha confusión acerca de lo que es el estrés. Hay personas que con estrés se refieren a una situación (estresor) altamente demandante. Otros se refieren al sufrimiento que padece la persona, otros piensan que el estrés es una especie de dolencia. Y luego está el problema de cómo evaluarlo (medirlo).
No obstante y por concretar, tanto en física como en psicología, se puede decir que el estrés comprende tres elementos básicos: el estresor (lo que causa la presión), el sujeto estresado y las consecuencias que causa el estresor en ese sujeto.
Pero decíamos al comienzo que el estrés es un mecanismo autogenerado que nos sirve para defendernos de las situaciones que nos amenazan, ¿no es el estrés algo negativo? No necesariamente. Cuando nos enfrentamos a un estresor el cuerpo moviliza una serie de recursos. De hecho el estrés está “hecho para eso”, para movilizar recursos. Al sentir el estrés (esa presión o amenaza externa), nuestro sistema nervioso autónomo se pone en marcha y trata de auxiliarnos en una situación que puede requerir más esfuerzo. Para ello, el sistema nervioso activa ciertos mecanismos (respiración, presión arterial, bombeo de la sangre, liberación de adrenalina, etc).
Esto puede ser suficiente para acabar con el estresor, es decir, con aquella situación que nos ponía en guardia o nos amenazaba. De hecho, hay un común acuerdo entre los psicólogos que una cierta cantidad de estrés es necesaria para afrontar cualquier reto.
Por tanto, podemos decir que el estrés es una respuesta del organismo ante un desafío personal que nos plantea el entorno: ese desafío puede ser un reto, una pérdida significativa o un daño. Hay que indicar también que el estrés moviliza fundamentalmente elementos del llamado “sistema de lucha-huida” pues cuando la naturaleza nos impone un desafío (huir de un león, por ejemplo) casi siempre necesitamos movilizar recursos físicos. En las sociedades humanas, sin embargo, los desafíos casi siempre tienen otra naturaleza y requieren de otro tipo de soluciones. Desgraciadamente, nuestro cuerpo sigue activando recursos físicos (sudoración, presión arterial, hiperventilación, etc) a pesar de que en muchos casos no serían necesarios.
Por tanto, frente a ese desafío, la persona desarrollará dos tipos de respuesta: una inespecífica (fundamentalmente a través del sistema nervioso central) y otra mediada por el cerebro que tendrán que ver con cómo valora psicológicamente la persona dicho desafío.
Si la persona considera que posee los recursos psicológicos, físicos, emocionales, económicos, etc., para solucionar el problema se sentirá optimista de cara a afrontar el reto. Si la persona no sabe si dispone de los recursos necesarios puede sentirse o bien amenazada o bien retada. Y si la persona piensa que no cuenta con los recursos necesarios para afrontar el desafío se sentirá asustada, triste y/o desorientada. Por tanto, el estrés se compone de dos elementos, uno físico y automático y otro componente de tipo psicológico o cognitivo (que tiene que ver con la valoración de la demanda).
Obviamente enfrentarse a un estresor continuado provoca un consumo de recursos que puede acabar, a medio o largo plazo, con el agotamiento físico, emocional y psicológico de una persona. Debido a esto, algunas veces las personas se “quiebran” en un momento dado sin saber muy bien por qué. Sus cuerpos ha “agotado” sus reservas.
Los tipos de estresores pueden ser diversos. En general se considera que hay dos tipos de estresores: aquellos sucesos vitales únicos y altamente traumáticos (desastres, casos de violencia extrema, muerte de un ser querido, etc) y aquellos sucesos vitales cotidianos y repetitivos que no tienen tanto impacto como los primeros pero que son más frecuentes (demandas irritantes, frustraciones laborales, problemas prácticos, discusiones con amigos, familiares, etc). Aunque en un principio la psicología se centró más en los sucesos vitales únicos, hoy se cree que los sucesos vitales cotidianos tienen un mayor impacto en la salud de las personas.
Los problemas laborales, entrarían normalmente en este último tipo de estresores, los estresores cotidianos. Muchos trabajadores se enfrentan día tras día a demandas con las que no pueden enfrentarse, bien sea por la magnitud de la demanda, por el escaso tiempo que se dispone para satisfacerla o por la constante repetición de pequeñas situaciones irritantes que se dan en muchos entornos laborales. Obviamente, la crisis reciente que hemos sufrido ha contribuido a que los trabajadores sientan más estrés debido al incremento de situaciones amenazantes o a la mayor demanda que se exige por parte de las empresas.